Cuando, el día 25 de marzo de 1843, moría Robert Murray M’Cheyne a la edad de 29 años, era inevitable que los hombres miraran a Andrew Bonar en busca de unas memorias de aquel cuyo breve ministerio de siete años y medio había “dejado una huella indeleble marcada sobre Escocia”. Los dos hombres habían nacido en Edimburgo, Bonar tres años antes que M’Cheyne, y después de recibir educación en la escuela secundaria y luego en la universidad, ambos entraron en el seminario Divinity Hall en
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